El carnicero, la que trabaja en el supermercado, el que está haciendo las obras de enfrente de casa… todos lo estaban esperando. Se aproximaba sin cesar uno de los momentos del año de más marabunta unida en los cines y, por qué no decirlo, de Coca-Colas derramadas a cal y canto. En este sentido, el pánico colectivo generado por los tweets y comentarios que la página de organizadores de la Fiesta del Cine había publicado en las redes sociales, se contagiaba a cada mensaje de smartphone.

Álvaro tiene 20 años, y siempre le ha llamado mucho la atención las películas de dinosaurios y de los sorprendentes efectos especiales. Estudia Derecho en la Universidad Carlos III de Madrid, y muchas veces se aburre entre tantos folios repletos de sentencias. Nunca había aprovechado del todo la Fiesta del Cine, de la que había oído hablar incesamentemente por la mayoría de sus amigos, pero no había tenido tiempo entre exámenes.

El lunes era el primer día, y Álvaro lo sabía perfectamente. Se le ruborizaron las mejillas al saber que hoy era uno de esos días de la semana en que podía descansar de leer largos textos de Derecho Procesal y Mercantil. Iba a poder despejarse con su afición favorita: comer dentro del cine viendo una película que le llamase mucho la atención. Sin embargo, aquí Álvaro se sentía nostálgico, consternado, quizás un poco enfadado con la situación. Para poder seguir viendo cine, muchas veces tenía que recurrir a aquello que infringe el derecho del autor por su obra.

La Fiesta del Cine le hacía pensar en sus mejores momentos de cuando era niño: corría sin parar a las taquillas para pedir él la película que iba a ver con sus padres. «Me encantaba pedirlo yo», dice sonriendo. «Ir al cine actualmente es demasiado caro, deberían reducir los precios si quieren que la cultura sobreviva a estos tiempos difíciles para ella», se queja. Y es que, si nos remontamos a los años 80, más concretamente al año 85, entre los tutús y las medias de rejilla, las entradas de cine costaban menos de la mitad de lo que cuestan actualmente (3,04 € frente a los más de 7 € euros en la actualidad). De esta manera, se puede entender que la sociedad, especialmente los más jóvenes, acudan a páginas de dudosa legalidad a ver películas gratis, «aunque sean de menor calidad», apunta Álvaro a esta afirmación.

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Fotografía de : tricks wave en flickr.com

Sin embargo, la Fiesta del Cine siempre rememora esa nostalgia del cine auténtico, del de sala, palomitas y CocaCola bien fría. Álvaro se dirige a ver El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares el lunes 24 de este mes. Un octubre que devuelve el cine a los precios de antaño: 2,90 € por película. Claro que esto provoca el lleno de muchas de las salas. «El interés real por entretenerse con la cinematografía no ha desaparecido», dice Álvaro con una sonrisa. La película le ha gustado. Pero, «lo que más me gustó» —dice— «fue la sensación de volver a experimentar la cinematografía en su estado puro».

La Fiesta del Cine amontonó, o por lo menos en el Cinesa Parquesur de Leganés, a miles de transeúntes curiosos que se acercaron allí a degustar un combo de ahorro de un perrito caliente+bebida. Los cinéfilos acudían sin dudarlo al chico que pasaba las entradas, nervioso porque muchas de ellas no las aceptaba el lector (en Internet, la página de Cinesa no respondía debido a la masiva utilización de la misma por parte de los clientes). Las máquinas en las que se podían imprimir entradas, echaban humo de las colas, al igual que las taquillas. Desde un altavoz cercano, se pudo oír la voz aguda y estridente de una mujer que decía: «no quedan entradas de ninguna película hasta las once de la noche». Y, entonces, las caras cambiaban, a cada cual más preocupada y cabreada. Igualmente, muchos de ellos se quedaron, convenciéndose de que hasta esa hora de la noche podían entretenerse por el centro comercial que había justo enfrente. Solo por disfrutar de un día de una película en pantalla extragrande a solo 2,90.

Y no solamente lo sabemos por haber acudido allí, por haber vivido la sensación abrumadora de estar rodeados de personas cinéfilas como nosotros (o vosotros, guayaberos), o por haber visto la cara de Álvaro, emocionada por la sensación de la vuelta gloriosa (aunque, probablemente, temporal) del cine. La Guayaba lo conoce también por las cifras posteriores. Más de 603 mil entradas se vendieron ese lunes de octubre no tan frío como de costumbre. Una cifra que supera a las de mayo y a las de los dos años anteriores. La celebración cuenta ahora con un nuevo récord. En total, más de 2.500.000 registrados en la Fiesta, un 28 por ciento más que en noviembre del año 2015. Una cifra que nos devuelve las marabuntas, las CocaColas frías, la sonrisa de Álvaro, la esperanza y los días gloriosos de la industria cinematográfica.

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Fotografía de Marlise Rodrigues